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Alemania debate quién debe sufragar los costes de una alimentación poco saludable - P4H Network

Alemania debate quién debe sufragar los costes de una alimentación poco saludable

La obesidad está poniendo a prueba el sistema sanitario alemán, con un coste anual de hasta 90.000 millones de euros. Con la mitad de los adultos con sobrepeso, la política sigue dividida: los conservadores confían en los mercados, mientras que los Verdes impulsan impuestos sobre el azúcar y la reforma del IVA. Los expertos afirman que un cambio real necesita coraje político, no sólo la elección del consumidor o las promesas de la industria.

Alemania está luchando contra los crecientes costes sanitarios, sociales y económicos de la obesidad, un problema que se pone claramente de manifiesto a través de la historia personal de Lucas Pohl, berlinés de 27 años. Pohl, que pesaba 150 kilos, se dio cuenta de la urgencia de su situación cuando no pudo abrocharse el cinturón de seguridad del avión sin un extensor. Viviendo con un salario mensual de aprendiz de apenas 1.000 euros, había dependido mucho de la comida basura barata y de los platos precocinados. Temiendo por su vida, acudió a una clínica de obesidad, donde el seguro público cubrió un amplio asesoramiento nutricional y una operación bariátrica por valor de más de 10.000 euros, junto con un permiso retribuido para su recuperación de tres semanas. Su caso refleja tanto la carga que suponen las dietas poco saludables para las personas como los grandes retos sistémicos a los que se enfrenta Alemania.

Casi la mitad de los adultos alemanes tienen sobrepeso, y las tasas de obesidad van en aumento. Los investigadores relacionan estas tendencias con dietas deficientes caracterizadas por una escasa ingesta de verduras y un consumo excesivo de azúcar. Las consecuencias económicas son inmensas: se calcula que las enfermedades relacionadas con la obesidad cuestan entre 27.000 y 90.000 millones de euros al año, lo que añade presión al ya de por sí tenso sistema sanitario público alemán, que se financia mediante cotizaciones obligatorias al seguro. Más allá del sufrimiento individual, estos costes se están convirtiendo en un problema público acuciante, pero las respuestas políticas siguen divididas y vacilantes.

El canciller Friedrich Merz ha prometido una amplia reforma del sistema de seguridad social, pero el plan político del gobierno de coalición publicado a principios de año no mencionaba la mejora de la nutrición ni la lucha contra los hábitos alimentarios poco saludables. En su lugar, responsabilizaba a los consumidores individuales de tomar mejores decisiones. Este enfoque no intervencionista refleja una larga tradición alemana de regulación limitada en sectores relacionados con los riesgos del estilo de vida personal, como el tabaco, el alcohol y, ahora, los alimentos procesados. Los conservadores de la CDU en el poder sostienen que las fuerzas del mercado y la demanda de los consumidores acabarán empujando a los productores hacia productos más sanos. Los grupos de presión de la industria refuerzan esta postura, apelando a la libertad individual y oponiéndose a la “interferencia” del Estado en las elecciones dietéticas.

En el otro bando, los Verdes y la Izquierda discrepan rotundamente, insistiendo en que confiar únicamente en la elección del consumidor es inadecuado cuando las poderosas industrias alimentarias siguen lucrándose con productos altamente procesados y cargados de azúcar. Impulsan medidas como impuestos sobre el azúcar para las empresas de bebidas y reformas del sistema del impuesto sobre el valor añadido, que según los críticos está plagado de incoherencias: por ejemplo, los alimentos para mascotas están gravados con un 7%, mientras que los alimentos para bebés lo están con un 19%. Las propuestas de suprimir el IVA sobre los alimentos saludables gozan de un abrumador apoyo público, con el 91% de los alemanes a favor, mientras que el 79% respalda un impuesto sobre el azúcar. Sin embargo, a pesar de los altos niveles de aprobación, los intentos anteriores de legislación alimentaria se han estancado, a menudo bloqueados por socios de coalición más favorables al mercado.

Mientras tanto, la industria alimentaria sigue siendo reacia a actuar sin presiones económicas. Las grandes empresas, como Nestlé y Unilever, siguen obteniendo una parte importante de sus ventas de alimentos poco saludables. Nestlé, por ejemplo, reconoció que el 41% de sus ventas mundiales de bebidas y alimentos en 2024 procedían de productos considerados poco saludables. Aunque las empresas han introducido algunos recortes de azúcar y han desarrollado productos de apoyo a la pérdida de peso, los críticos sostienen que los avances han sido lentos porque los beneficios de la actividad principal dependen en gran medida de las ventas de productos hipercalóricos. Los expertos subrayan que los fabricantes de alimentos no son instituciones de salud pública, sino empresas responsables ante los accionistas, lo que hace improbable un cambio voluntario.

Los ejemplos mundiales sugieren que la regulación estatal marca la diferencia. Las leyes chilenas de 2016 que restringen la publicidad de la comida basura y obligan a utilizar etiquetas de advertencia, así como el impuesto sobre el azúcar del Reino Unido, produjeron descensos apreciables en el consumo de alimentos y bebidas poco saludables. En cambio, las medidas voluntarias de la industria alemana -como conseguir que los fabricantes de refrescos reduzcan el azúcar en las bebidas- sólo lograron un descenso del 2%. Las investigaciones demuestran que reducir las calorías poco saludables incluso en un 20% podría reportar enormes beneficios económicos, comparables a 29.000 trabajadores a tiempo completo adicionales al año gracias a la mejora de la salud y la productividad.

Sin embargo, expertos como Barbara Bitzer, de la Sociedad Alemana de Diabetes, sostienen que lo que falta no son conocimientos, sino voluntad política. A pesar de las claras pruebas de los perjuicios económicos y sociales de la obesidad, los responsables políticos han carecido hasta ahora de valor para enfrentarse a los intereses de la industria y aprobar reformas duraderas. En palabras de Bitzer, abordar la crisis de la obesidad mediante una regulación alimentaria eficaz “no cuesta mucho, pero requiere valor político”, un recurso del que la política alemana ha carecido durante años.

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