La gobernanza del tabaco en India revela una flagrante contradicción, ya que el gobierno recauda más de 75.000 millones de rupias en impuestos sobre el tabaco y, sin embargo, asigna menos de 50 millones de rupias anuales a programas de control del tabaco, lo que provoca una infrafinanciación crónica de las iniciativas sanitarias. Este atrincheramiento económico de la industria tabacalera perpetúa la explotación de los trabajadores y da prioridad a la generación de ingresos sobre la salud pública, lo que conlleva importantes costes sanitarios y económicos para la nación.
La relación de India con el tabaco representa una profunda contradicción política dentro de la gobernanza de la salud pública. El gobierno indio recauda anualmente más de 75.000 millones de rupias en impuestos sobre el tabaco, pero sólo destina 50 millones -o menos del 0,07% de estos ingresos- a su Programa Nacional de Control del Tabaco. Este marcado contraste pone de relieve un sistema en el que los intereses financieros eclipsan los objetivos sanitarios, garantizando que los esfuerzos de control del tabaco sigan estando gravemente infrafinanciados a pesar de los sustanciales ingresos generados. La trayectoria de la financiación para el control del tabaco a lo largo de los años cuenta una historia de negligencia persistente.
De 2014-15 a 2022-23, la asignación presupuestaria para el control del tabaco mostró fluctuaciones significativas, oscilando entre un máximo de 84 millones de rupias y un mínimo de 13 millones. En última instancia, la financiación total a lo largo de esta década ascendió a sólo 463 millones de rupias, que es una fracción ínfima de lo que generan mensualmente los impuestos sobre el tabaco. En un movimiento preocupante, desde 2023, el gobierno ha oscurecido aún más la rendición de cuentas al integrar la financiación del control del tabaco en el más amplio “Programa de Atención Terciaria”. Esta estrategia complica la capacidad de seguimiento de las inversiones dedicadas al control del tabaco y sugiere un alejamiento deliberado de los resultados sanitarios mensurables.
A medida que disminuyen los fondos para el control del tabaco, la industria tabacalera sigue prosperando en India, situando al país como el segundo consumidor mundial de tabaco, después de China. Aproximadamente 267 millones de consumidores representan casi el 19% del consumo mundial de tabaco. En mayo de 2021, unos 20 millones de trabajadores agrícolas trabajaban en la industria del tabaco, que mantiene a unos 45,7 millones de personas a través del empleo directo e indirecto. Se prevé que sólo el mercado de cigarrillos alcance los 14.000 millones de dólares (1.162 lakh crore de rupias). Tales cifras proporcionan poderosas narrativas económicas que a los políticos y a los responsables políticos les resulta difícil rebatir, sobre todo cuando están en juego importantes ingresos fiscales. Este profundo arraigo del tabaco en la economía crea una estructura de incentivos preocupante.
Dado que los impuestos sobre el tabaco constituyen el 2,9% de los ingresos brutos de India y mantienen millones de puestos de trabajo, el gobierno tiene un gran interés en mantener los niveles de consumo de tabaco. La cruda realidad es que la prevención de enfermedades pasa a un segundo plano frente a la generación de ingresos. Aunque los funcionarios promuevan los impuestos como elemento disuasorio del tabaquismo, la mínima inversión en programas para dejar de fumar revela una narrativa contraria, que indica que el estado depende económicamente del consumo continuado de tabaco para apoyar otras prioridades gubernamentales.
Un aspecto preocupante de esta cuestión es la disparidad de trato normativo entre los cigarrillos y otros productos del tabaco. Los cigarrillos están sujetos a impuestos relativamente más altos, mientras que los bidis y el tabaco sin humo -que representan el 81% del consumo total de tabaco- reciben un trato preferente mediante exenciones fiscales y lagunas normativas. La industria de los bidis, que emplea a millones de trabajadores rurales, a menudo está protegida de normas estrictas con el pretexto de proteger los medios de subsistencia. Sin embargo, este argumento oculta una explotación sistémica en la que los trabajadores ganan tan sólo 100 rupias por enrollar 700 bidis, mientras que los propietarios de la industria acumulan una riqueza considerable.
Las condiciones de trabajo en estas industrias ilustran crudamente la hipocresía que se esconde tras el argumento de la “protección de los medios de subsistencia”. Las mujeres que enrollan bidis suelen trabajar desde casas mal ventiladas, donde inhalan polvo de tabaco durante horas, lo que les provoca problemas respiratorios y otras dolencias. Muchas se vuelven dependientes de la nicotina debido a la absorción cutánea. Además, los niños suelen ayudar en este trabajo, exponiéndose a peligros para la salud desde una edad temprana.
La defensa por parte del gobierno de la protección de los trabajadores mediante normativas indulgentes perpetúa en última instancia la explotación y enriquece a los propietarios de la industria, que se benefician de exenciones fiscales diseñadas para los “pequeños fabricantes”, un estatus que se manipula con frecuencia mediante el uso de empresas fantasma para fragmentar las operaciones de mayor envergadura.
Además, las industrias del tabaco sin humo y del pan masala explotan también las lagunas normativas. Por ejemplo, la prohibición del gutkha en muchos estados se hace ineficaz mediante la llamada “estrategia del paquete doble”, que permite a los fabricantes vender pan masala y tabaco por separado para que los consumidores los combinen más tarde. Este enfoque permite a la industria eludir la normativa y generar unos ingresos fiscales mínimos a pesar de su uso generalizado. Los esfuerzos para hacer cumplir la ley contra estas prácticas suelen ser esporádicos e ineficaces, y las fábricas clandestinas operan sin supervisión en numerosas regiones, socavadas además por la corrupción. Las consecuencias de estos fracasos políticos son nefastas.
Las enfermedades relacionadas con el tabaco causan casi 1,3 millones de muertes al año en India. La carga económica de estos problemas de salud se estimó en 1,77 lakh crore de rupias en 2017-18, lo que supone aproximadamente el 1% del PIB de India, muy por encima de los gastos sanitarios combinados de los gobiernos estatales y central para ese año. A pesar del asombroso número de consumidores de tabaco, los servicios de deshabituación sólo llegaron a 1,3 millones de los 274 millones de consumidores del país en 2019-20, y aún menos durante la pandemia de COVID-19.
Esta flagrante desigualdad en el acceso a los servicios sanitarios refleja una insuficiencia crónica de la financiación destinada a los esfuerzos de control del tabaco. En resumen, la gobernanza del tabaco en India ejemplifica un conflicto importante en la política de salud pública. Aunque es innegable que el gobierno se beneficia de los considerables ingresos fiscales generados por el consumo de tabaco, su inversión en iniciativas sanitarias destinadas a reducir el consumo de tabaco sigue siendo mínima, priorizando en última instancia los beneficios económicos sobre la salud de sus ciudadanos. La explotación dentro de la industria tabacalera, especialmente hacia los trabajadores vulnerables, añade otra capa a este complejo problema, demostrando la urgente necesidad de una reforma política integral que dé verdadera prioridad a la salud y el bienestar públicos.