“Esta es una entrada de blog conjunta, escrita en nombre del equipo central de CSU2030, así como de los socios que participan en el Acelerador de Financiación Sanitaria Sostenible”.
La pandemia de COVID-19 arrasó el mundo, reconfigurando el panorama sanitario mundial y desencadenando una crisis económica más profunda que cualquier otra vista desde la Gran Depresión. La pandemia ha demostrado claramente hasta qué punto la seguridad sanitaria y la seguridad económica son interdependientes.
Aunque la seguridad sanitaria -reducir la vulnerabilidad de las sociedades a pandemias como la COVID-19- es un objetivo independiente, es inseparable de los esfuerzos que se están realizando para avanzar hacia la cobertura sanitaria universal (CSU). Ni la cobertura sanitaria universal ni la seguridad sanitaria pueden lograrse sin la creación de bienes comunes sanitarios, producidos por sistemas sanitarios robustos y resistentes. La crisis ha puesto claramente de relieve esta interdependencia.
La respuesta inmediata y global para combatir el COVID-19 debe reforzar imperativamente los sistemas universales que contribuyen tanto a la seguridad sanitaria como a la CSU. Actuar de este modo significa reexaminar el modo en que los recursos nacionales y la ayuda al desarrollo, actualmente canalizados hacia el sector sanitario, deben utilizarse para protegerse frente a futuras emergencias sanitarias y mantener la cobertura de los servicios esenciales.
COVID-19 repercutirá en la financiación de la sanidad pública en los países y en las prioridades de la ayuda oficial al desarrollo para la sanidad.
La pandemia de COVID-19 ha causado una enorme conmoción económica que no perdona a ningún país. El Fondo Monetario Internacional predice que más de 170 países experimentarán un crecimiento negativo de su renta per cápita en 2020, lo que supone un brusco cambio con respecto a las previsiones de hace tan sólo unos meses, cuando las previsiones eran de crecimiento en 160 países. Según las estimaciones, la recesión económica provocada por la epidemia de COVID-19 podría empujar a 71 millones de personas a la pobreza extrema de aquí a 2020, siendo el África subsahariana y el sur de Asia las regiones más afectadas. Aunque la intensidad y duración de la crisis sanitaria son inciertas, los gobiernos se están apresurando a movilizar y asignar fondos para respuestas de emergencia a la COVID-19 con el fin de mantener la estabilidad macroeconómica, al tiempo que se mitigan los impactos sobre los hogares vulnerables, las empresas y los servicios esenciales. En los últimos meses, más de 90 naciones han solicitado el apoyo del FMI y más de 100 países se han beneficiado de la asistencia del Banco Mundial para ayudarles a responder a COVID-19.
El impacto de la crisis económica en el gasto sanitario podría ser considerable. A corto plazo, el gasto sanitario puede aumentar a medida que los países intensifiquen su respuesta a la crisis. A medio plazo, cabe esperar una caída de los ingresos fiscales y un aumento de las obligaciones de deuda pública, lo que reducirá el margen presupuestario disponible para el gasto público. Los países cuyos sistemas de protección social y seguro de enfermedad dependen de las cotizaciones a la seguridad social se verán duramente afectados por el aumento del desempleo y la caída de los salarios. Un primer análisis basado en las proyecciones del FMI y del Grupo del Banco Mundial sobre el impacto económico en algunos países asiáticos indica que, sin medidas de adaptación y/o una redefinición de las prioridades, el gasto público en sanidad disminuirá. Las crisis anteriores también nos han enseñado que las mujeres y los niños que viven en la pobreza extrema se ven afectados de forma desproporcionada por la vulnerabilidad económica y corren mayor riesgo de sufrir las consecuencias negativas para la salud.
La presión financiera que se ejercerá sobre el sector sanitario a medio y largo plazo procederá de la tensión entre la reducción de los ingresos y el necesario aumento de los gastos ligado a la necesidad de invertir más en las funciones esenciales de la sanidad pública, y del retraso o la renuncia a la atención esencial por afecciones distintas de la COVID-19. En sus esfuerzos por adaptarse y hacer frente a estas presiones, los responsables políticos deben ser cautos a la hora de adoptar enfoques que, en el mejor de los casos, sólo ofrezcan recursos adicionales limitados a costa de hacer el sistema más vulnerable a las perturbaciones, por ejemplo políticas que vinculen la financiación y la cobertura a la situación del empleo.
Aunque las limitaciones financieras de los países son evidentes, aún está por ver el impacto de COVID-19 en la ayuda al desarrollo. Los países de renta alta se han visto muy afectados, y el endurecimiento de las restricciones presupuestarias nacionales podría provocar una cierta contracción de la ayuda al desarrollo, justo cuando los países de renta baja y media más necesitan apoyo. Ante semejante dilema, es esencial que las instituciones financieras internacionales y los socios técnicos que estén en condiciones de prestar la ayuda necesaria reciban el mayor apoyo posible. Para el sector sanitario, COVID-19 hace aún más necesario que los países alineen sus modelos de prestación de servicios, mejoren su gobernanza y sus acuerdos de financiación sanitaria, y establezcan prioridades entre y dentro de los servicios individuales y poblacionales para hacer el mejor uso posible de los recursos disponibles. Por ello, las organizaciones que trabajan en el ámbito de la salud deben centrarse en apoyar a los países tanto en la fase de respuesta inmediata como en las medidas de refuerzo de los sistemas sanitarios a medio plazo, con el fin de consolidar las bases de la seguridad sanitaria y la CSU.
En los últimos años, la cuestión de las transiciones desde el apoyo de los donantes ha ocupado un lugar destacado en los debates sobre la financiación de la sanidad en muchos países de renta baja y media. Muchas de estas transiciones están correlacionadas con los umbrales de renta nacional bruta (RNB) per cápita de los países[1] Dado el impacto previsto de la COVID-19 sobre el crecimiento económico y la capacidad fiscal, los recursos nacionales que se espera compensen la disminución de la financiación de los donantes se verán sometidos a fuertes presiones.
Sin embargo, la respuesta a COVID-19 también ofrece una importante oportunidad para gestionar mejor la fase de transición y la interfaz entre la financiación nacional y la externa. Los socios deben tener la voluntad común de apoyar los sistemas para hacerlos más eficaces y coherentes, con vistas a mejorar la seguridad sanitaria y una cobertura más eficaz de los servicios esenciales. Los planteamientos anteriores han tenido efectos beneficiosos en algunos ámbitos concretos, pero también han puesto de manifiesto ineficiencias que deben corregirse para reforzar la sostenibilidad y preparar las transiciones. Los próximos planteamientos deben tratar de remediar la falta de atención prestada a los bienes comunes sanitarios, incluidas las operaciones de salud pública, así como la excesiva fragmentación de los circuitos de financiación de los sistemas y servicios esenciales, y la multiplicación de las cadenas de responsabilidad.
Prepararse y responder a una pandemia debe convertirse en el “paso cero” del programa de la CSU.
La pandemia está enviando una poderosa señal, un duro recordatorio al mundo de que prepararse y responder a las epidemias es un bien sanitario compartido. Los sistemas sanitarios frágiles y mal preparados son una amenaza para la seguridad económica mundial. A medida que el mundo sale de la respuesta inmediata a la crisis, los países y los socios para el desarrollo deben reconsiderar sus prioridades de financiación. Deben situar las operaciones esenciales de salud pública, como los sistemas de vigilancia, el agua y el saneamiento, y la promoción de la salud, en primera línea de las estrategias de desarrollo de los sistemas sanitarios. A pesar de las repetidas advertencias y de su precio relativamente asequible, los bienes comunes destinados a funciones sanitarias como los mencionados sufren una cruel falta de inversión. El planeta entero puede ver ahora en tiempo real las consecuencias de esta falta de inversión. En la actualidad, los países están utilizando los fondos de la respuesta al COVID-19 para colmar lagunas en la vigilancia, los sistemas de comunicación de riesgos y los recursos adicionales disponibles; pero si se quiere que estas inversiones se mantengan a largo plazo, es necesario realizarlas de forma meditada, asegurándose de que estén alineadas con otras iniciativas de refuerzo de los sistemas sanitarios.
Los recursos nacionales y externos deben utilizarse con mayor eficacia para mantener y ampliar la cobertura de los servicios esenciales.
La contracción económica mundial desencadenada por la pandemia exigirá una mayor eficiencia en el uso de los recursos, ya procedan de fuentes nacionales o de donantes. Además del impacto directo de COVID-19, la pandemia tendrá un impacto indirecto significativo en la cobertura de los servicios esenciales (véase por ejemplo: a b, c, d, e, f). Los sistemas sanitarios no sólo deben ser resistentes frente a futuras epidemias, sino también garantizar que se protejan y amplíen los logros conseguidos con tanto esfuerzo en la cobertura de los servicios sanitarios esenciales.
Para los países y sus socios, estos esfuerzos deben incluir la colaboración con la sociedad civil para promover mejor la necesidad de una financiación adecuada y colectiva de la sanidad, dando prioridad a los bienes comunes para la salud. Mientras los países se afanan por encontrar soluciones a la escasez de ingresos, puede que haya llegado el momento de proponer o reexaminar los argumentos a favor de unos impuestos favorables a la salud y una reducción de las subvenciones a los combustibles fósiles. Estas medidas políticas podrían ofrecer tanto espacio fiscal como beneficios para la salud. En aras de la sostenibilidad, también hay que considerar el refuerzo de los sistemas de gestión de las finanzas públicas y la mejora de las compras estratégicas, para poder ampliar la cobertura y aprovechar mejor los recursos.
A nivel sectorial, los ministerios de sanidad y organismos afines (por ejemplo, fondos de salud y acción social) deben esforzarse por hacer el mejor uso posible de los recursos públicos disponibles para proteger y desarrollar los servicios esenciales, e informar con transparencia de los resultados obtenidos. Este objetivo implica también mejorar la gobernanza y prestar especial atención a la equidad y a las personas marginadas y rezagadas. En la actualidad, la excesiva fragmentación de los mecanismos de financiación impide construir sistemas sanitarios adaptables y bien preparados, capaces de prestar servicios rentables a la población y servicios individuales de alta calidad centrados en el paciente.
En conclusión
Los tiempos de crisis ofrecen una oportunidad única para abordar obstáculos persistentes que durante mucho tiempo han permanecido fuera de nuestro alcance. Desde un punto de vista histórico, las inversiones colectivas de las que nos beneficiamos hoy nacieron a menudo del deseo de reaccionar ante tiempos difíciles, pero sería un error suponer que la lógica y las soluciones tecnológicas bastan por sí solas. La voluntad política, la promoción por parte de grupos de la sociedad civil y empresas privadas, y el apoyo de los socios internacionales desempeñan un papel esencial. La pandemia representa un punto de inflexión, un punto de inflexión hacia enfoques diferentes en el sector sanitario, tanto en términos de lo que hay que financiar como de instrumentos y enfoques innovadores inspirados en las consideraciones y prioridades anteriores.
El recientemente lanzado Acelerador ACT (Acceso a las Herramientas COVID-19) y la exitosa reposición de 160.000 millones de dólares de GAVI, el Fondo Mundial, el Fondo Mundial de Financiación y el Banco Mundial para financiar las respuestas de emergencia a COVID-19 brindan la oportunidad de ayudar a los países a asentar sus sistemas sanitarios sobre una base más firme, tanto para el bien común sanitario como para mejorar el acceso a los servicios sanitarios esenciales sin limitaciones financieras (o CSU). La defensa de los grupos constituyentes de CSU2030, los compromisos conjuntos y la colaboración reforzada consagrados en el Plan de Acción Mundial de Salud y Bienestar para Todos y su Acelerador de Financiación Sostenible deberían ayudar a impulsar esta agenda.
[1] La GAVI basa sus criterios de elegibilidad en la RNB per cápita media de los últimos tres años, con algunos ajustes, mientras que el Fondo Mundial establece la elegibilidad en función tanto del nivel de renta como de la carga de morbilidad. En el caso del Banco Mundial, la transición al Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF) tras abandonar la Asociación Internacional de Fomento (AIF) se basa en los niveles de renta.
Los colaboradores específicos son : Maria Skarphedinsdottir CSU2030 Core Team, Santiago Cornejo GAVI, The Vaccine Alliance, Michael Borowitz The Global Fund to Fight AIDS, Tuberculosis and Malaria, Joe Kutzin World Health Organization, Department of Health Systems Governance and Financing, Toomas Palu World Bank Group, Health, Nutrition and Population, Ellen Van de Poel The Global Financing Facility (GFF), Susan Sparkes World Health Organization, Department of Health Systems Governance and Financing.
Crédito de la foto: OMS/Fid Thompson